El mayor revés del deporte chino


En China no saben si adorar u odiar a Li Na. Por un lado, en 2011 se convirtió en la primera tenista del continente asiático que alza la copa de un Grand Slam, y lo ha hecho ya dos veces. De hecho, tras haber salido victoriosa del Open de Australia, en febrero incluso se aupó al número dos mundial del tenis femenino, todo un orgullo para su país natal. Pero, por otro lado, su individualismo, su fuerte carácter, y sus quejas hacia el sistema deportivo chino le han granjeado fuertes críticas y la animadversión crónica de la prensa china, a la que evita siempre que puede. Curioso teniendo en cuenta que, en 2002, dejó la selección nacional para estudiar Periodismo.
:: EFE
El momento culminante de esta turbulenta relación con todo lo que tenga que ver con la oficialidad china llegó en 2008, cuando un reportero de la agencia de noticias oficial Xinhua le preguntó por su derrota en Roland Garros y por la decepción que había provocado entre los seguidores chinos. Ella respondió rotunda. «Sólo he perdido un partido. ¿Debería arrodillarme y pedirles perdón?». Poco después de esta polémica, tras la que muchos tacharon a Li de antipatriótica, comenzó a circular por el ciberespacio un vídeo –cuya autenticidad se ha puesto en duda– que demostraría fricciones con el Gobierno desde el inicio de su carrera. En las imágenes, una joven Li recibía a la vez una medalla y una bofetada de manos de un funcionario chino.
Estén o no trucadas las imágenes, lo cierto es que Li dio un golpe en la mesa al exigir en 2008 su libertad dentro del equipo nacional, a cuyos entrenadores acusó de moverse únicamente por los resultados y las medallas, sin tener en cuenta la salud tanto física como mental de los deportistas. Y amenazó con marcharse de la selección si no se le concedía ese privilegio que le permitía entrenar por su cuenta, y, no menos importante, pagar en concepto de impuestos sólo el 12% de los ingresos que obtuviese. Una cantidad muy inferior al 65% del resto. Se ganó esa concesión con la victoria en dos sets frente a la estadounidense Venus Williams durante los Juegos Olímpicos de Pekín, y luego le ha sacado gran partido.
Según la revista ‘Forbes’, Li Na ingresa anualmente 23,6 millones de dólares (18 millones de euros) que la llevan al número 41 de los deportistas mejor pagados del mundo en todas las modalidades. Y, a pesar de sumar ya 32 primaveras, su fortuna continúa creciendo gracias a sus éxitos deportivos y a la suma del patrocinio de grandes multinacionales como Nike o Rolex y la de empresas chinas que se ven necesitadas de roles femeninos con fuerza. Una fuerza que también se refleja en los 23 millones de seguidores que Li tiene en su cuenta de Weibo, el Twitter chino. Al fin y al cabo, el carácter controvertido de Li no deja de ser un buen reflejo del que hacen gala muchas jóvenes chinas en el siglo XXI.
Sin duda, el de la tenista es un ejemplo que muchas otras sueñan con seguir. Nació en el seno de una familia de clase media, y su padre fue un jugador de bádminton mediocre cuya carrera deportiva se vio truncada por la Revolución Cultural de Mao. «Una de mis mayores tristezas es que mi padre no haya podido verme jugar», reconoció en una entrevista con la cadena ESPN. No en vano, Li accedió al equipo provincial de tenis de Hubei poco después de la muerte de su progenitor, cuando tenía 14 años, y al año siguiente se alzó con el primer título nacional. Fue entonces cuando se hizo evidente que su carrera prometía, y consiguió reunir el dinero necesario para entrenar durante seis meses en Estados Unidos. Eso sí, la primera noche la tuvo que pasar en el aeropuerto de Los Ángeles porque los funcionarios de Inmigración no le permitían acceder al país.
La historia ahora ha dado un vuelco. Li Na provoca admiración por todo el mundo, pero sigue fiel a sí misma. Buen reflejo de ello es la relación que mantiene con el también tenista Jiang Shan. Se conocieron cuando ella tenía solo 12 años y, a los 16, cuando Jiang era su entrenador, Li se enamoró de él a pesar de que esas relaciones están prohibidas en China. Tras haber salido derrotada en el Open de Australia de 2006, a él no se le ocurrió otra fórmula para alegrarla que proponerle matrimonio en un karaoke con 99 rosas.
Desde entonces, aunque algunos critican que Jiang ha sacrificado su carrera deportiva por la de ella y sus cabreos a veces se airean en público, la pareja es inseparable. «No tendremos hijos hasta que deje el tenis», avanzó Li en una entrevista con un diario deportivo chino. «Y no permitiré que sean deportistas», sentenció. «Esta es una vida muy dura».

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