La supermodelo con 25 tatuajes que vota a Podemos






Alba Galocha tiene 25 tatuajes cosidos a tinta y aguja en su cuerpo de modelo. Son dibujos pequeños, símbolos o frases. Ella los llama “pequeños souvenirs de lo que vas viviendo”. Cuenta con uno en el pubis. No contraiga la cara, querido lector: la modelo nos informa de que no le dolió. Por el contrario, con el que “vio las estrellas” fue con uno que se esculpió en el dedo gordo del pie, justo donde nace la uña. El del pubis fue indoloro, pero con historia. “Me lo hice con 18 años, cuando terminé la selectividad. Fue un error. Fuimos tres amigos y yo, que era la única chica. La idea era celebrar el fin de los exámenes. Tuvimos una discusión porque ellos querían tatuarse la palabra 'esperanza' en chino. A mí me parecía una palabra muy cutre. Pero lo hicimos. Cuando cumplí 20 decidí tapármelo con un triángulo negro, que es el símbolo de la mujer. Pero, en realidad, está ahí para tapar lo de 'esperanza'. Además, ese nombre tiene ahora unas connotaciones…”. Alba dibuja en su delicioso rostro una sonrisa maliciosa. Lleva un vestido veraniego, cruza las piernas y le da una calada a un cigarrillo. Fuma de 10 a 15 diarios. “Debería dejarlo”, señala.
Esta mañana se ha levantado en la casa madrileña de su madre, ha practicado 45 minutos de yoga y ha telefoneado a su chico. La modelo se trasladó con su madre de Santiago a Madrid con 16 años –actualmente reside en París–, cuando sus padres se divorciaron. “No me afectó especialmente. Al final acabas buscando las ventajas. Creo que los hijos de padres separados maduramos antes, vivimos con más independencia. Me llevo muy bien con los dos”. También se siente cerca de sus dos hermanos, mayores que ella (29 y 32 años), uno tatuador (ya ha probado en el cuerpo de su hermana) y el otro diseñador gráfico.
Alba Galocha es una modelo al margen de los tópicos de su profesión, quizá porque viene de otro mundo: primero estudió diseño gráfico, luego triunfó como blogueray más tarde pasó a la pasarela. Por eso tal vez huye de la inanidad inherente a los entrecomillados de sus colegas y no le cuesta nada plantear con valentía sus preferencias políticas: “Manuela Carmena transmite confianza. Toda su trayectoria es ejemplar. Me parece incomprensible que haya gente que no entienda que ella es lo que necesitamos ahora. Voté a Manuela para el Ayuntamiento de Madrid y para la Comunidad, a Podemos. Es la única opción que tenemos. Si no nos arriesgamos, qué tenemos, ¿lo de ahora? Necesitamos un cambio y las únicas personas que nos lo están ofreciendo son ellos”.
Todo en esta chica gallega de 25 años es delicado. Mide 1,71 y pesa 46 kilos. Tiene los brazos largos y finos, la sonrisa meliflua y el gesto entre lánguido y pícaro. Está en Madrid para asistir, durante un mes, a clases de interpretación, su siguiente objetivo. “Estoy cómoda con mi trabajo de modelo, pero me apetece hacer algo más, como probar con la interpretación. También estoy haciendo muchas fotos cuando viajo. No me llena como antes lo de ser modelo. Necesito algo más”, apunta. Lo dice sin alterarse, con dulzura, la misma que utiliza para apuntar que hace gimnasia con la música de Nacho Vegas de fondo. “El disco que tiene con Christina Rosenvinge me encanta. Es muy deprimente, pero me gusta. Sus letras son sabias. Hacer gimnasia con Nacho Vegas es fuerte, pero es la gracia que tiene el modo aleatorio. Luego puede salir Kylie Minogue”. Y suelta una sutil carcajada.
Mientras sigue alimentando su bitácora Tea Time, alojada en la web de Vogue España, su carrera de modelo se mueve con rapidez: fue designada la mejor en la Fashion Week de Madrid, se alzó con el premio L’Oréal y debutó con Louis Vuitton. En la actualidad, es de las modelos españolas más solicitadas. En la capital francesa vive junto a su su novio, Andrew Woodhead, un músico australiano de rock que toca en Dancing Doors, una banda underground que está empezando a dar sus primeros pasos.
Hay que hablar de la sesión de fotos para ICON, del pudor, de quitarse la ropa delante de un fotógrafo, de la reacción de familiares y novio cuando vean las imágenes: “A mi chico le cuesta más que a mis padres. Pero todos saben perfectamente que es mi trabajo. Si no le gusta, lo siento mucho. Yo no voy en pelotas por la calle [risas]. Es trabajo. Mi novio lo ha entendido a base de verlo. Yo lo veo como algo natural. Es bonito si la foto es bonita. Tengo mucha confianza en el fotógrafo y en realidad es como si estuviese vestida”.Galocha expresa una actitud poco complaciente con el mundo de la moda: “Los que han llegado a un punto alto suele ser muy egocéntricos. Les falta humildad. Me relaciono con gente que está muy alto y se nota. A nivel personal son buenas personas, pero a la hora de trabajar se podría ser más amigable. En castings se muestran implacables con niñas de 16 años. Les ordenan: ‘Ok, ¡fuera!’. O: ‘¿Por qué llevas el pelo así?’. No tienen mucha sensibilidad. Es increíble la madurez que tienen algunas chicas, porque acaba por no afectarles. Crecen a mucha velocidad”.
Seguimos tratando contenidos de nuestra revista, como la entrevista con la modelo catalana Vanesa Lorenzo (nº 16, mayo 2015), que afirmó que nunca había ido a trabajar con resaca. “Yo sí”, se ríe Alba. “Y es terrible. Cuando empecé, lo hacía y me daba igual, nadie lo notaba, porque no me afectaba. Pero conforme vas creciendo las resacas son más duras. Hace tres años dije: ‘Nunca más". Y se lanza a contar uno de aquellos días: “Fue en Cibeles. Tenía un desfile a las siete de la tarde, así que pensé: ‘Salgo por la noche, que me da tiempo a recuperarme’. ¡Pero qué horror! Un dolor de estómago, de cabeza… Cuando desfilé en la pasarela me quería morir. Debe ser una cosa mía, porque las modelos de mi edad siguen apareciendo con resaca y no les afecta”. Va a ser que Alba no es la única modelo gamberra...

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