Sigourney Weaver: "Las mujeres son el pegamento del mundo"






¿Qué se siente en el papel de la actriz que dio a Hollywood la posibilidad de una héroe femenina?
Sigo pensando que las mujeres somos el pegamento del mundo. Y, ahora, con Hillary como candidata a presidente estamos delante de una oportunidad histórica... Creo además que las cosas están cambiando en Hollywood y que cada vez hay más papeles capaces de reflejar la realidad. El personaje de una mujer sentada en casa esperando a que llegue el hombre no es real. Nunca lo ha sido.
Con declaraciones así, ¿quién quiere más noticias sobre el divorcio de Brangelina? Ella, por cierto, sigue casada, 30 años después, con su primer novio. Aunque eso es otra historia.
Sigourney Weaver compareció a sus 66 años para recibir el Premio Donostia (el segundo tras el de Ethan Hawke) como sólo ella es capaz de hacerlo. Mirando a todo el mundo desde arriba. Recuerda que San Sebastián fue para ella su primer festival. Corría el año 79 y una mujer de 30 de los antiguos años recibía, espadas en alto, los honores que la teniente Ripley merecía. "Me vi rodeada de los soldados vascos y me entregaron un trofeo extraño que luego, si hay tiempo, cuento en qué consistía". No hubo tiempo.
Cuenta esta mujer que llegó al cine después del teatro y que se cambió el nombre de Susan Alexandra por el que ahora luce después de leer El gran Gatsby ("No es nadie especial en la novela. Simplemente es un nombre bonito. Además así evitaba que me llamaran Suzzy", declaró en su momento); cuenta, decíamos, que para ella España es especial. Lo dice con convencimiento. Como queriendo dejar claro que no sólo es un brindis al sol, que también. "Veo que aquí el arte y el cine se viven de forma pasional, que no sólo son excusas comerciales, y eso, en definitiva, es lo que da vida a una actriz". Dicho así, la creemos. Un poco al menos.
Sus avales en la península son tres al menos. Primero interpretó, nada más y nada menos, que a la reina Isabel de Castilla en la producción de Ridley Scott 1492; más tarde acompañó a Rodrigo Cortés en su aventura americana en Luces rojas, y ahora camina de la mano de Juan Antonio Bayona o, como ella dice, JJJota (se esfuerza en marcar desde la garganta la consonante que le es ajena) en la recién presentada en San Sebastián Un monstruo viene a verme.
Cuando se le recuerda la herida de los premios (pese a su nombre y tamaño, apenas luce tres candidaturas a los Oscar sin final feliz), insiste en que ella nunca se preocupa del tamaño del papel, sino de la importancia de la letra, del guión. Quizá por ello, su papel de abuela en la película de Bayona, sin ser protagonista, esconde en su limitado espacio en pantalla buena parte de las claves de todo. "Trabajar con Bayona", es el turno para los piropos en tiempos de promoción, "es un regalo. Es un director que es todo pasión. Si se compara, por ejemplo, con David Fincher [con el que hizo la tercera entrega Alien], es lo opuesto. Este último es cerebral, preciso... 'Jota' es un torbellino de ideas en el que confiar. Honesto y lleno de talento". Y ahí lo deja.
Desde el estrado desde el que habla, Sigourney luce con exactamente el mismo aspecto distante, ligeramente frío y excitantemente provocador que en cada una de sus películas. Ella convirtió a Ripley en el único héroe soportable, en el primer personaje de ciencia-ficción con nominación al Oscar. De otro modo: ella fue una mujer incomprendida y violenta con la que luchar, sufrir y temer lo peor. Nunca una fantasía (sexual también) se aproximó más a la fiebre. Fue madre de una criatura intergaláctica sin por ello ceder a la tentación de la maternal cursilería. Fue Dian Fossey en Gorilas en la niebla con una precisión científica, fue la temible señora Parker en Armas de mujer (qué bien se comía a Harrison Ford) cerca del terror, fue una burguesa progre y pedida en La tormenta de hielo a un paso de la compasión o el asco... Es Weaver, la primera.

¿Qué piensa de la crisis de refugiados en Europa?
Tenemos que cambiar la actitud hacia la compasión... Confío en que Hillary Clinton pueda cambiar la posición de mi país.

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